Nada sabe a nostalgia de cosas que nunca sucedieron. Así te recuerdo. En tiempos y lugares que no fueron, con

Vacío se mira hacia adentro y es hueco pero no vacío. Molesta, estriñe, me obliga a apretar los dientes. Siempre te culpo a ti. Por el poder de las palabras y porque las tuyas fueron siempre las más bonitas. No imaginaba entonces, que esas mismas palabras, llegarían a mis oídos de la boca de tantos otros que pretendía que fueran tú. Siempre fueron mentira. También yo he aprendido a usarlas, funcionan cuando les doy la misma importancia que los tipos a quien se las he escuchado. Nadie se enfada ni se molesta, más al contrario, muchos se alivian al ver que no las siento, que simplemente es un juego. Yo las creí, mantuve mi espejismo, pensé que si tenía mucha fe podría hacerlas verdaderas y perdurables. Las guardé dentro de ti y luego te fuiste. Las verdades se te caían por los bolsillos agujereados del forro polar al bajar las escaleras de mi casa. Tu espalda decía “no voy a volver” peldaño a peldaño, como un mantra que se repite por dentro. Fueron malas palabras. Tan malas como ciertas. Las palabras de antaño cayeron todas antes que encontraras el portal de alguna de tus casas. Hizo mucho viento y mucha lluvia esa primavera. Todo lo viejo fue barrido y purificado y eliminado y arrebatado. Incluso lo bonito.

Pero no, contigo tampoco hubiera sido mejor.
No encontrarse nunca es caminar en paralelo. Nosotros, siempre camina en paralelo. Menos cuando fuimos uno. Entonces hacíamos eses, nos perdíamos, nos encontrábamos de espaldas, tropezábamos el uno con el otro, pasábamos de frente y delante. Estúpida borrachera de amor con Locura y Torpeza que no dejaba resaca. Luego sí. A medida que se acercaba el final.

Al final de las escaleras estaba tu vieja buhardilla. Aquella que compartías con un amigo. En tu primera residencia pusiste a tu mujer, en la segunda te pusiste a ti, en la tercera al resto. De nada servía que esos ventanucos no quisieran cerrar bien, que fuera uno de los otoños más fríos que recuerdo, la nieve llegó a Madrid capital en invierno, ese año hubo navidades también para los monstruos, no sirvió tampoco que no pudiera comprarme un buen abrigo. A tu buhardilla siempre vino Calor. En tu cama siempre estuvo Calor. Y todas esas palabras dichas. Nos leíamos en voz alta y mejorábamos los versos el uno para el otro. Palabras preciosas aunque mal dichas. Torpes, locas, falsas. Como nuestros pasos. Ahora mantenemos el equilibrio caminando en paralelo. Vamos con cuidado.
Volví a tu ciudad no hace mucho y me planté en la calle Tesoro. Encontré el portal pero ya no había buhardilla ni escaleras que subieran. Sólo la fachada seguía erguida. Tras ella, andamios y restos. Escombros y tesoros visi

Cuando pongo a Vacío del revés, veo que todavía puedo encontrar a Todo. Y que Todo camina borracho de amor conmigo por bares y plazas, por brazos y piernas que no son de nadie, como yo, desde que mis verdades te saltaron de los bolsillos y Calor se convirtió en juego.
5 comentarios:
"El tiempo lo destruye todo"
Irreversible
... ¿destruye los recuerdos? ¿la esperanza?
¿esperpentos?
Los recuerdos se distornionan y la esperanza... esa sí que se queda la muy jodida, aunque sola.
El tiempo no puede destruir el tiempo y, mientras haya tiempo puede ocurrir cualquier cosa, siempre.
Sea como sea "Cher" todavía no ha sido destruida, todo lo contrario, mil veces reconstruida a sus 180 años (por lo menos, creo que vendió su alma a los Rolling de primavera)
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