miércoles, 19 de septiembre de 2007

EL REPARTIDOR DE SUERTE


Saïd llevaba siempre en un bolsillo una bolsita lila cosida a mano que contenía el tesoro más maravilloso de todos. Eran piedrecitas muy pequeñas de cristal color rubí. Pero no eran de un cristal cualquiera. Cada uno de los cristales de Saïd reflejaba distintos colores de rojo. Cada uno tomaba forma de algo conocido cuando Saïd los miraba y a pesar de resultarle tan familiares esos trozos, cada uno representaba para él un inmenso laberinto, un misterio de luces y escarlata que debía descifrar. No recordaba cómo habían terminado esos tesoros en su bolsillo, pero sí reordaba que vivió una época extraña donde le sucedían cosas extrañas.- ¿Eres tú el que ha hecho las fotos?¡Dios míos! Era la chica más maravillosa que Saïd había visto en su vida. Algunos mechones rebeldes desafiaban la gravedad en un peinado mal recogido, la ropa l había saltado del armario para colocarse en su cuerpecito a su antojo mezclando colores imposibles, y su cara desigual dibujaba la más penetrante de las miradas, la más absurda de las sonrisas.- Sí, he sido yo – Respondió Saïd. El bar esa noche estaba lleno de amigos ya borrachos que venían a ver el arte de su colega expuesto sa por primera vez al mundo entero. Habían abierto botellas de vino turbio y llenado las mesas de pan con embutidos. Lo cierto es que las fotografías de Saïd ofrecían un ambiente todavía más cálido de lo habitual. A Antonio, el dueño del bar, se le veía contento.- Lo digo porque me he colado en una de tus fotografías.- ¿Cómo? – Quedó desconcertado.- Que me he colado en una de tus fotografías. Justo en la que estás mirando – Señaló la foto – Aquí, ¿me ves? Justo al fondo.Era cierto. Saïd quiso inmortalizar las callejuelas por las que de niño burlaba a la policía con los bolsillos llenos de botes de spray. Plasmaba su arte urbano en grandiosos dibujos llenos de vida, queja y color. Él y sus amigos habían pasado muy buenos tiempos entonces, al otro lado de las vías del tren, con sólo el mar por delante. Y allí estaba ella, salida de uno de aquellos dibujos más pequeñita aún de lo que era, y mirándole fijamente a él.- ¿Me viste? – Preguntó Saïd.- No lo recuerdo, pero parece ser que sí, porque te estoy mirando.
Claudia había sido la chica del grupo durante muchos años. Desde que empezaron a salir por los bares antes de cumplir los dieciocho. Le había pasado de todo y jamás encajó con ninguno de los hombres que había encontrado en el camino. Ahora lloraba desconsolada. Saïd nunca la había visto llorar y la abrazó. Claudia era una chica fuerte que siempre se enfrentaba con una sonrisa a los contratiempos. De un tiempo a esta parte ya no se veían tanto. Cada uno del grupo encaminaba su vida hacia cosas distintas.Saïd se acordó de su bolsita llena de tesoros. A Claudia siempre le habíangustado este tipo de chorradas, así que la abrió y sacó un pedacito de cristal.- Este cristal es mágico – Empezó Saïd – Refleja la parte de uno mismo que no queremos ver y nos da soluciones. Seguro que te trae suerte.Saïd no creía en absoluto en lo que acababa de decir como nunca creyó en Alá, el dios de su madre. A Saïd le gustaba ejercitar su imaginación contando historias. Pero lo cierto es que pronunciando esas palabras, encontró una primera explicación hacia ese enigma que tanto le perturbaba, y aunque la idea le resultó, en un principio, descabellada, descabellado también le habría parecido imaginarse alguna vez compartiendo con Claudia momentos más intensos que los que conllevan una simple amistad, y así fue. Cuando terminaron, Claudia fue a su casa con su cristalito y Saïd se quedó mirando con gran añoranza a la chica de la fotografía de los graffiti.
La chica menuda de la cara desigual tenía un nombre. Saïd ahora no podía recordarlo, pero seguro que tenía uno. Se veían en el piso que Saïd compartía con dos amigos. En el cuarto de Saïd las paredes contaban relatos. Aprendieron juntos que el universo entero se reflejaba en cada uno de los detalles; En una cama que tiene su propio sonido y habla si se la hace hablar, en los espejos que chirrían al contacto con la piel y el sudor, en el delicado estallido de un horrendo souvenir de cristal indefenso ante el descuido de un empujón carnal, y en el falso silencio que queda después, cuando todas las cosas animadas se ponen a comentar…Aquella habitación era para Saïd el mundo entero. Hablaba a la oscura noche desde su ventana, escribía deseos en las paredes que quedaban ocultas tras los muebles, creaba melodías golpeando con lápices, bolígrafos y rotuladores en todo cuanto diera un sonido peculiar con el que construir curiosas melodías. Un día despertó y salió de su cuarto. Sus compañeros de piso habían cambiado y ni siquiera le sonaban sus caras. Ellos le miraron con la sonrisa hacia adentro y disimularon creando una atmósfera de falsa realidad.- ¿En serio que no te acuerdas? – Preguntó muchas veces la chica menuda a Saïd.Él no recordaba nada, nada en absoluto. A Saïd le estaban ocurriendo cosas muy extrañas.
Penélope era del barrio. Saïd se la cruzaba casi todos los días en esa hora en que abren los comercios en su segundo turno. Era mayor que él y muy atractiva. Sus piernas no padecían ni el calor ni el frío pues siempre usaba falda. Un día afortunado, las faldas de Penélope no quisieron salir de sus perchas y un discreto pantalón largo cubrió aquello que a todos hacía dar media vuelta mientras cogían del brazo a otras. A Saïd, esa tarde, Penélope le pareció más guapa que nunca. La miró tanto mientras cargaba una enorme caja que a duras penas lograba entrar en su portal, que en un descuido, la profundidad de sus ojos rebotó contra ella haciéndola caer al suelo, torpemente. Saïd corrió a socorrerla.- ¿Te has hecho daño?- Es que esta caja es imposible. Es una mesa nueva para el ordenador y pesa muchísimo.Penélope tenía un marido que pasaba la mayor parte del tiempo de su vida viajando de aquí para allá. Tenía un piso precioso. Decorado con muy buen gusto. Pasaron toda la tarde riendo mientras montaban, desmontaban y volvían a montar un poco mejor la mesa de ordenador. Esa mujer se sentía sola y Saïd lo estaba, así que se dejaron llevar.Cuando terminaron, Saïd recordó la gracia que le había hecho a Claudia, su amiga de banda, el número de las piedrecitas. Cogió un nuevo cristal rubí de su bolsita lila y se lo entregó a Penélope repitiendo el discurso de su magia.Era tarde cuando Saïd regresaba a casa y se cruzó con Claudia que pasaba por allí. Le saludó emocionada. El cristalito que le había regalado le había traído suerte. En una semana se trasladaría a Holanda donde había conseguido un casi inmejorable puesto de trabajo como profesora de español. Allí podría empezar de nuevo y tal vez las cosas le fueran mejor.Al llegar Saïd a su cuarto, pasó horas mirando la fotografía de la chica desigual con ropas chillonas que tan bien se camuflaba entre las paredes pintadas.
Saïd no encajaba muy bien con sus nuevos compañeros de piso, así quedecidió independizase. Tal vez, su chiquilla quisiera vivir con él si tenían un lugar propio por el que pulular sin tener que cruzarse con ningún extraño por los pasillos. Su nuevo hogar, no era muy grande pero suficiente para los dos. Allí colgó lafotografía en una de las paredes de su cuarto. No le preocupó demasiado el resto de la decoración. Su novia, porque eso sí que lo tenía claro, aquella chiquilla de curiosas maneras era su novia, se instaló con él al poco tiempo. Pensaba en ella cuando compraba los muebles para su nueva casa, también cuando compró la vajilla, las cortinas, la ropa de cama, su propia ropa de vestir. Se acordaba tanto de ella cuando no la tenía a su lado, que apenas se acordaba ya de la última vez que habrían estado juntos. Pero eso a él no le importaba. Su amor era mucho más grande que todo aquello.- Siempre estás en las nubes. No sé si podré soportarlo mucho tiempo.- Te amo – Dijo Saïd.- No basta con eso. Debes hacerlo de algún modo que yo pueda sentirlo, que sepa que lo que dices es cierto.- Te amo, es cierto.
Saïd echó sobre la mesa del comedor todos sus cristales mágicos. Jugó con ellos buscando formas nuevas, rejuntándolos, creando paisajes imposibles en rojo. Nolograba descubrir su significado, pero esos pedazos le decían cosas, porque no cesaba de descubrir nuevas inquietudes distrayéndose con ellos. Cosas sobre él mismo. Al marido de Penélope le trasladaron definitivamente a la ciudad, ella estaba muy contenta. Saïd descubrió que esas piedrecitas daban suerte de verdad, así que se decidió por repartirlas entre todas las mujeres que necesitaran de su magia. De chiquillo nunca tuvo mucho éxito con el sexo femenino, pero ahora era distinto, ahora tenía un tesoro y una historia que contar.- Este cristal es mágico. Refleja la parte de uno mismo que no queremos ver y nos da soluciones. Seguro que te trae suerte.Repetía esto una y otra vez a cada una de las chicas que calentaba de forma efímera su frío interior. Todas ellas fueron después un poco más afortunadas. Tanto corrió la voz de la magia de Saïd, que pronto las mujeres se amontonaron en su portal, en los bares que más frecuentaba, a su salida del trabajo en el mercado… A Saïd cada vez le importaba menos que fueran guapas, simpáticas, o gozaran de alguna virtud. sabía que sus piedrecitas eran mágicas de verdad y se desvivía por hacer a todas esas criaturas, un poco más felices. Pero algo en su interior se iba quedando seco, lleno de nostalgia. Por cada piedra que regalaba, algo moría en su frágil alma de soñador, y más amaba y más lloraba por aquella muchacha que había perdido en algún momento de su vida que no lograba recordar.Llegó el día en que estando con Maria, la camarera del bar que frecuentaba por encima de todos, se dio cuenta que sólo le quedaban dos cristales. Le entregó a Maria uno de ellos y volvió a su cuarto con un profundo ataque de ansiedad. Una vez sentado frente a su fotografía, la chica minúscula que allí había, se puso a hablar.- Eres un gran imbécil.- ¿Cómo? – Saïd quedó boquiabierto. La chica no sólo hablaba dentro de ese rectángulo, también se movía con total libertad.- Quieres pensar de una vez. Me refiero a pensar por ti mismo ¿Por qué no te paras un momento y piensas de una puta vez?La chiquilla de la foto parecía muy enfadada y volvió a quedarse inmóvil en su retrato.
- Me voy. Ya no puedo soportarlo más. Y se fue. Esas fueron sus últimas palabras. La chica menuda sujetaba un pañuelo lila con el que iba secando las lágrimas que caían incesantes por sus mejillas desfiguradas. El pañuelo cayó al suelo justo antes que diera su último portazo. Luz blanca. Brillante, muy brillante. Un estallido fuerte. El pecho de Saïd se abrió sin pedir permiso. La piel que lo envolvía se desintegró dentro de un “nunca más”. El pecho abierto, los ojos en blanco… por la boca se le iba la vida. Gritó. Gritó y lloró y estallaron cristales pequeñitos y rojos por todas partes. Durante los días que vinieron, Saïd se quedó en casa encerrado recogiendo pedacitos de si mismo y juntándolos dentro del pañuelo lila lleno de lágrimas de su amada. Cuando terminó, cogió el pañuelo y cosió con gran alevosía la que sería después la bolsa de los tesoros que llevaría siempre con él.
La chica de los mechones desafiantes a la gravedad tenía un nombre, y ese nombre era Esther. Ahora podía recordarlo.Saïd tomaba una caña en la barra de un nuevo bar que acababan de abrir. Unos grandes pechos le saludaron. Sobre ellos un cuello que pedía a gritos ser mordido y sobre éste, un rostro. Su mirada era demasiado recta para lo juntos que tenía los ojos y su sonrisa estaba torcida. Si no fuera porque Saïd estaba sentado en un taburete, hubiera jurado que la chica era más alta que él. A Saïd le temblaron las piernas a pesar de tenerlas bien apoyadas.- Ya no me quedan más cristales mágicos. - ¿Cristales mágicos? – Preguntó la chica.- Los he regalado todos.- Pues me parece muy bien. Mi nombre es Andrea. Soy nueva en la ciudad. Allí había gato encerrado. Saïd se disculpó y corrió al baño. Una vez allí abrió su bolsita ya sin lágrimas de Esther y extrajo la piedrecita roja que le quedaba. Era la más pequeña de todas y temeroso de perderla se decidió a comerla. Ya la recuperaría más tarde de entre sus heces. No era una brillante idea pero en esos momentos fue su única idea, y lo hizo. Un estallido de luz cálida dentro del baño de un bar. Su alma frágil ahora era fuerte, y de sopetón, boom, boom… boom, boom… boom, boom… sonaba tan fuerte… ¿Cómo podía toda una ciudad escuchar el latido de un corazón recién renacido? Pero su corazón no volvió jamás a tomar la forma de ninguna mujer aunque sus piernas fueran largas y abrazaran más que sus brazos, no volvió a tomar forma de ninguna mujer a pesar de sus orejas puntiagudas y sus pies afilados, no volvió a tomar forma de ninguna mujer a pesar de sus grandes pechos y su mirada demasiado recta, porque ese nuevo corazón debía ser protegido íntegro en si mismo, porque sólo de ese modo, el día que se decidiera a compartirlo, seguiría lleno y palpitante. Y así descubrió porque esos pedacitos de rojo rubí tenían tantos secretos y guardaban el mayor de los tesoros. A la mañana siguiente la chica de la fotografía se había marchado. Los dibujos ya no ocultaban ninguna criatura de color que mirara con ojos profundos. No había nada que buscar en ella, así que la descolgó de su pared y la guardó junto al resto de fotografías que había ido descartando.


3 comentarios:

Nihm Smoboda dijo...

Un placer leerøs en Oslo, cherie...estoy en un cyber de la Central Stasjon pensando que habræia algo para hacer un cafe, pero es domingo, todo cerrado, sølo pululan los yonkis (igual que en...).

It´s too late!!

JaleoJaputa dijo...

Cristiane F!

AdR dijo...

Buen relato lleno de fantasía y algo de desesperación para su protagonista. :) Me gusta